2 Llibres trobats

Ruiz Martín, Javier

El hereje fascina por su carga implícita de rebeldía. Nada a contracorriente de una religión establecida, reta a una fe, con su doctrina, su casta sacerdotal y su ortodoxia, pero lo hace sin renunciar a las creencias compartidas. Su impulso transformador ofrece resultados inciertos a lo largo de la Historia. Muchos herejes han terminado muertos, presos o desterrados. Otros, en cambio, son los padres fundadores de una nueva religión o los nuevos líderes del viejo credo reformado. Akenatón, marido de Nefertiti, quiso fundar la primera religión monoteísta al margen de los poderosos sacerdotes de Amón, en un intento de reformar el vasto imperio del Nilo. Arrio fue un líder del paleocristianismo cuando la doctrina aún estaba en discusión, en los años previos al concilio de Nicea. Negar la Trinidad le costó muy caro, pero estuvo cerca de triunfar. Dos herejes, casi contemporáneos, encarnan la rebeldía intelectual: el español Miguel Servet y el italiano Giordano Bruno. Servet quería una religión que regresara al cristianismo primitivo y se pusiera al servicio de las personas. Para huir de sus inquisidores se refugió en Ginebra, sin sospechar que Calvino era aún más intolerante. Bruno fue un gran pensador, y su heterodoxia le acabaría llevando a la hoguera. Por último, sin el peculiar método de transmitir los valores de la Iglesia anglicana de John Wesley, que lo llevó a fundar una nueva religión, no podríamos entender la historia de Estados Unidos. «La herejía, el desacuerdo y la crítica son los umbrales de la verdad». George Steiner
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Ruiz Martín, Javier

El que acabó siendo el capitán Francisco de Cuéllar (Navahermosa -Toledo, 1558 - Madrid, 1615) vivió una sucesión de tragedias que fraguaron su personalidad. Su origen judío le enfrentó pronto a la cruel realidad, y a una Inquisición que violentó su entorno familiar y su infancia. Debido a esto, ya de niño hubo de iniciar una temprana lucha por reafirmarse en un mundo despiadado, una sociedad brutal en que los poderosos aplastaban implacablemente a los débiles y a los diferentes. Este libro abarca veinte años de tribulaciones de Cuéllar, su quebrantada niñez, desde 1568, en una pequeña aldea de realengo de la Sagra toledana, pasando por su posterior alistamiento en los Tercios en Madrid, su formación como guerrero y sus viajes por el océano, hasta el año de 1588, la fecha del desastre de la Gran Armada, en la que Cuéllar participó como capitán de una compañía de la infantería embarcada, con su fiel amigo Anacleto el Endemoniado, personaje de inspiración homérica rescatado del sueño abisal de la Historia. El barco de la Invencible en el que ambos navegaban naufragó frente a las costas de Irlanda. Cuéllar logró sobrevivir durante meses en las inhóspitas tierras enemigas, espoleado por el afán de hallar vivo a su amigo y poder regresar así juntos a España. Bella y desgarradora parábola de la existencia humana, tapiz histórico de brillo épico que solo la literatura y la imaginación saben tejer, Y la mortal belleza de la gloria nos habla acerca de la amistad, el amor, la libertad, la voluntad, el sacrificio y la justicia pero también sobre la soledad, la guerra, la crueldad, el fanatismo, la arbitrariedad, en definitiva nos habla sobre todo hombre y su destino... Es, asimismo, una honda reflexión acerca de la aniquilación del ser amado y del vano empeño en recuperarlo. Y, por añadidura, quiere ser un homenaje a la novela histórica y de aventuras. En sus páginas resuenan las voces de innumerables autores que perduraron, y tal vez perdurarán, durante generaciones, formando parte de esa leyenda blanca que debiera configurar la Historia de España.
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