Ni por mar ni por tierra
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Descripció
Hace casi treinta años, entonces, me hallaba en el mismo sendero del que no me he salido más, buscando el continente hiperbóreo desaparecido, la entrada a la Ciudad de los Césares, el oasis en los extremos polares de la tierra y el retorno a los orígenes legendarios de América, que fuera llamada Albania, hace miles de años, la blanca, la de los dioses blancos, el hogar primigenio, la estrella de los comienzos.
Creo ser el único escritor en América que ha tratado este tema desde siempre: América, continente de los dioses blancos. Mis años en India fueron solo una continuación de la búsqueda en profundidad y extensión. Arriba, abajo, adentro, en el horizonte dilatado. Los dioses blancos son los hiperbóreos. Hiperbóreo quiere decir más allá del dios Borea, del frío y de las tormentas, los divinos inmortales que vivieron en un mundo ya desaparecido, en la Edad de Oro, y a los que todos los signos y las leyendas se refieren como habitantes primeros de esta América nuestra. Kontiki, Virakocha, Quetzaltcóatl descendían de esos dioses blancos. Su verdadera presencia corresponde a la antehistoria de nuestro mundo, a un prólogo a la historia. Ellos son los primeros moradores de estas regiones extrañas, donde aún se presiente el gran aliento de los divinos ocultos en la roca de los Andes. Ellos son los gigantes a que hago referencia en esta obra.
Es solo imaginándolos y en la búsqueda sin reposo de su morada, en la seguridad de su resurrección, donde aparece la puerta de salida al drama americano y la transfiguración del paisaje del sur del mundo.
Sé que para mí no ha existido otra América sino la de los dioses blancos, la de los gigantes milenarios. Lo otro, el pasado y presente inmediatos, es la tragedia de las razas moribundas, digeridas, destrozadas por el paisaje que no les pertenece, que no puede alcanzar su grandeza. Es la vida desconectada del paisaje y de los guías divinos de otros tiempos, los dioses blancos, a los que se alcanza en la «transmutación de todos los valores», en la mutación y transfiguración de una alquimia biológica y del alma. La historia actual de América es la de la mezcolanza de los esclavos de la Atlántida (o de la Lemuria) librados a un arbitrio imposible, sin los guías de antaño. La transfiguración del paisaje y la mutación de algunos se hará posible en el reencuentro de esos dioses y gigantes hiperbóreos, que aún residen en las cumbres sagradas, en el hallazgo de su Ciudad, de los oasis antárticos.
Ningún otro escritor ha desarrollado, creo, en su obra y en su propia vida, el tema de esta búsqueda esperanzada, real y a la vez simbólica. Lo digo sin pretensiones, porque nada de esto me pertenece, habiendo sido como dirigido, o como si en un eterno retorno hubiera estado siempre en esta gloria y en este drama.
Miguel Serrano, Montagnola (Suiza), diciembre de 1977
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