La memoria no atiende al orden cronológico. Avanza, retrocede, seremansa guarda reposo y, por sorpresa, sin que conozcamos el motivo, seaviva de nuevo, como si la impulsara una súbita iluminación. Es en lasmil direcciones en las que se dispara por las que se interna con pasmosaexactitud Mi lucha, el monumental ejercicio de realismo autobiográficode Karl Ove Knausgård, guiado por «una especie de oído absoluto de losrecuerdos». Y, de todas ellas, La isla de la infancia (el esperadotercer volumen de su novela) arranca situándonos en la isla de Tromøyaen el verano de 1969, donde un Karl Ove de ocho meses llega en uncarrito empujado por su madre.Desde allí, desde el centro de los inmensos bosques cargados de promesasy misterios (el escenario predilecto de las exploraciones del pequeñoKarl Ove, descrito con meticuloso detallismo, objeto de una permanentefascinación), se despliega un zigzagueante y encendido recuento deexperiencias y descubrimientos. La felicidad de la escuela y el esfuerzopor encontrar encaje en ella las recompensas y fricciones de laamistad la excitación de la vida al aire libre, con sus travesuras yjuegos el descubrimiento de la cara más luminosa y la más amarga delamor los temores y alegrías la ropa, la lectura, la música, eldeporte la familia, la familia por encima de todo, con sus dos figurasantagónicas, difuminada una, omnipresente la otra: la serenaconfortabilidad de la madre frente al terrorífico autoritarismo paterno,siempre vigilante, dispuesto a examinar y sancionar con violenciacualquier desliz.He aquí los materiales con los que, cerrando el foco y diseñando una vozque se acerca con la mayor veracidad a la experiencia infantil y sucosmovisión, se compone la entrega más dinámica, directa, compacta ymagnética de una empresa literaria imperecedera un combate inclemente yexitoso, de una sinceridad y crudeza tan descarnadas como inusuales,contra lo más complejo del recuerdo, la existencia, la identidad.
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