La antigua Roma, descubrimientos arqueológicos en Pompeya, secretos  del Vaticano, misteriosas civilizaciones perdidas y señales desde el  espacio. Estos son los ingredientes con los que Valerio Massimo Manfredi construye La torre de la soledad, una de sus mejores novelas.
 Un grupo de soldados romanos que avanza por el desierto del Sahara es  aniquilado por una presencia feroz y misteriosa nacida de una  torre  solitaria en el extremo del mar de arena. Solo un superviviente: el arúspice etrusco Avile Vipinas.
 Veinte siglos después, en 1930, un joven arqueólogo norteamericano,  Philip Garrett, descubre en Pompeya la habitación de Avile Vipinas  quien, antes de morir, quiso dejar testimonio del horror oculto en la  torre solitaria y de cómo llegar hasta ella para destruirlo.
 Mientras tanto, en el Vaticano, Guglielmo Marconi es convocado en mitad  de la noche al observatorio de La Specola, donde una potentísima radio,  construida con gran secreto, está captando una misteriosa señal que  proviene del espacio. El padre Boni, director del observatorio, ha hecho construir esa radio tras haber descubierto en las notas de su predecesor  que diez años antes Garrett había traducido con éxito un texto oculto  durante siglos en un lugar recóndito de la Biblioteca Vaticana: una  especie de biblia elaborada por  una civilización mucho más antigua que  cualquiera de las conocidas. Antes de extinguirse habían construido la  Torre de la Soledad y lanzado una señal al espacio. Pero ¿qué esconde la  torre? ¿Quiénes eran, si realmente existieron, los Blemmi de los que  hablaban los antiguos viajeros? ¿Cuál es el secreto de la bellísima Arad, por cuyas venas corre la sangre de la antigua reina negra de Meroe?