Si algún día un periodista deportivo se atreviera a escribir la verdadera historia reciente de la Real Federación Española de Fútbol tendría que incluir un nombre y tres fechas que cambiaron la percepción sobre el fútbol femenino en particular y sobre el fútbol en general.La primera es el 17 de mayo de 2018 cuando, contra todo pronóstico, un joven ex futbolista andaluz, Luis Rubiales, gana las elecciones a la presidencia de la RFEF.La segunda fecha es la del 20 de agosto de 2023 en un estadio de Sídney, en el que la selección de futbol femenina se proclama campeona del Mundo por primera vez en la historia, y Rubiales, en medio de la lógica euforia del momento, abraza a las jugadoras y da un fugaz besito en los labios a la jugadora de la selección Jennifer Hermoso.Entre esta fecha y la siguiente, el 10 de septiembre de 2023, sólo transcurren tres semanas. Ese día, el presidente de la RFEF renuncia a su cargo.¿Cómo explicar esa dimisión si Rubiales con sus políticas de apoyo al fútbol femenino lo había llevado a la cima del deporte mundial, si el presupuesto de la Real Federación Española de Fútbol había crecido desde los 141 millones de euros cuando accedió al cargo a más de 400 millones cuando renunció a la presidencia, si sus políticas de apoyo al fútbol al que inyectó más de 130 millones de euros por temporada, habían sostenido a 1.732 equipos modestos, si la Supercopa que se celebra en Arabia Saudí supone hasta 2029 una inyección de 400 millones de euros para el futbol español y los clubes que participan en ella, además de reforzar su proyección internacional, si se empeñó y consiguió que su país fuese la sede del Mundial 2030?En este libro, escrito por el damnificado de la mayor conspiración que haya conocido el fútbol español y de una de las persecuciones injustas más duras y crueles de la democracia española, se desvelan nombres e intereses de la ‘vieja aristocracia’ del balón, que aliada con algunos ministerios, los intereses del propio gobierno, el feminismo de salón y el mundo woke, consiguieron algo inédito en las democracias más avanzadas: el asesinato civil y la condena mediática de «agresión sexual» por el beso más inocente transmitido en directo a más de 300 millones de espectadores. Un beso, que aún no tiene sentencia firme.Por fin se cumplía la consigna que, poco años antes, había salido de un despacho cercano a la M-30 de Madrid: Hay que MATAR A RUBIALES.
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