Todo empezó hace casi seis años, cuando Artur Mas regresó de la Moncloacon la negativa de Mariano Rajoy a abordar un pacto fiscal paraCatalunya. Aquel presidente de la Generalitat designado a dedo por JordiPujol, un gestor de factura clásica convergente, un político de corbataque se definía como business friendly, emprendió entonces una carreraimparable abrazado al independentismo en el que nunca había militado.Mas fue avanzando en la vía del desafío al Estado español como quien seadentra en un bosque de espesa maleza que se obstruye a sus espaldas,cerrándose puertas una tras otra a una posible rectificación, en laconfianza de que su rival en la Moncloa cedería en algún momento a unanegociación o sería obligado a hacerlo por los líderes europeos. Elpresident prometió a los catalanes que mantendría el rumbo a Ítaca, peropor el camino fue extraviando enseres y tripulación sin que se avistarael anhelado destino en el horizonte.¿Qué impulsó a Mas a enfilar esa dirección y a mantenerla frente aviento y marea? ¿Quiénes le influyeron durante el trayecto? ¿Hubo algúnmomento en el que fuera posible cambiar el curso de la historia y evitaruna de las mayores crisis institucionales y políticas de España? Alfinal, Carles Puigdemont, alcalde de Girona, independentista de cuna,tomó el relevo y acabó por proclamar una república simbólica que sólosirvió para que Cataluña perdiera el autogobierno del que habíadisfrutado durante 40 años. «No quiero ser el presidente de Freedonia»,dijo Puigdemont en un destello de clarividencia justo antes de sucumbiral apelativo más corrosivo y letal de todos, el de «traidor», y declararuna independencia que acabó naufragando.¿Qué impulsó a Mas a enfilar esa dirección y a mantenerla frente aviento y marea? ¿Quiénes le influyeron durante el trayecto? ¿Hubo algúnmomento en el que fuera posible cambiar el curso de la historia y evitaruna de las mayores crisis institucionales y políticas de España? Alfinal, Carles Puigdemont, alcalde de Girona, independentista de cuna,tomó el relevo y acabó por proclamar una república simbólica que sólosirvió para que Cataluña perdiera el autogobierno del que habíadisfrutado durante 40 años. «No quiero ser el presidente de Freedonia»,dijo Puigdemont en un destello de clarividencia justo antes de sucumbiral apelativo más corrosivo y letal de todos, el de «traidor», y declararuna independencia que acabó naufragando.
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