Puede decirse de estas diligencias lo que de los salones de pasosperdidos: en sí mismas no son nada, pero sin ellas quedaríamos atrapadosen una gran estancia, sin saber adónde ir, desconcertados e indecisos.Las sucesivas entregas de esta obra tratan en general más de la vida quede la literatura, y aunque formen una novela, están menos relacionadascon la ficción que con realidad, gran paradoja. Lo bueno de cualquierlibro debería venir después, leída ya la última línea.Siguen tratando estas páginas asuntos que los familiarizados con ellasconocen bien, referidos a personajes, peripecias y situaciones de lavida personal de su autor, siempre sin salir del ámbito de la intimidad,pues aquí suceden las cosas más por dentro que por fuera, paradoja nomenor que la otra. Diríamos que son unos episodios nacionales, pero decercanías. Gracias a estos familiares recorridos muchos lectores hallanen esa vida íntima del escritor un fiel trasunto de la suya propia. Sinque se juzgue cuánto hay de fortuna y cuánto de desdicha en este hecho,la verdad es que aquí casi todo el mundo se llama Andrés Trapiello, porlo mismo que, mientras le leen a él, él se llama como todo el mundo. Poreso muchos recuerdan con insistencia que este libro no es literatura delyo, sino algo más modesto, del tú, o de ti, que ahora me sostienes.Y poco más cabe añadir. Al empezar por esta solapa, tú, lectora, lector,también muestras ser diligente, y sólo por eso merecería esta nuevaentrega del Salón de Pasos Perdidos hacer bueno aquello de que lo quemerece ser hecho, merece que se haga bien.
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