Las cerezas del cementerio (1910), de Gabriel Miró, es uno de tantos otros ejemplos de novela española que merece ser recuperada. Fue demasiado innovadora una época en la que al gran público todavía le gustaba saborear los grandes relatos que nos dejó el Realismo. En este, Gabriel Miró narra los amores del joven Félix Valdivia, estudiante de ingeniería, con Beatriz, la esposa de un rico naviero, casada, madura y de gran belleza, quien ya estuvo antes enamorada de su tío Guillermo. Miró vuelve al tema de los amores pulsionales y de la mujer adúltera, no tanto para reivindicar una libertad y una voluptuosidad porque el autor las da por asumidas y naturales. Lo que le interesa es cuestionar la sociedad burguesa y el orden moral establecido, y, en particular, reivindicar la libre voluntad, la pasión, el erotismo, la nueva mujer y la necesidad, hoy tan actual, de volver a nuestros orígenes y a formar parte de la Naturaleza. La impronta que el joven Nietzsche había dejado en Miró es palpable en este hermoso canto a las tierras alicantinas. Al lector lo descubrirá en el inesperado desenlace. Un siglo después, la obra de Gabriel Miró conserva intacta su belleza y su verdad. Gabriel Miró (Alicante, 1879-Madrid, 1930). Su obra es una de las más bellas de la literatura española, plena de verdad estética que es también verdad ética, y lo es en toda su extensión e integridad. Su valor no radica solo en contener esas obras maestras reconocidas, como lo son su novela doble Nuestro Padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926), o sus Figuras de la Pasión (1916-1917), o la admirable novela lírica Años y leguas (1928), que suelen ser sus títulos más conocidos: es toda su obra la que alcanza la altura de lo que solo puede ser definido como plenitud literaria.
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