Pocos meses antes del 7 de octubre de 2023, Rola Sirhán (n. 1978), crítica literaria y poeta, se preguntaba sobre las consecuencias del desmesurado peso de la lucha y la resistencia en la cultura palestina. En su opinión, imperaba una lógica intelectual caduca: la «cultura del fusil y los fedayines» había fracasado a efectos emancipatorios, los que debe perseguir toda auténtica cultura. Había llegado, según ella, el momento de preguntarse qué cultura querían los palestinos de las nuevas generaciones.La poesía escrita por mujeres ofrece algunas respuestas. Una sería cierto romanticismo desengañado, del que se saca genio y grito: «Somos las que inculcaron a la tierra / el gusto por la sangre. / Somos las culpables», dice un poema de Jumana Mustafa. Otra, la reformulación del sujeto poemático de mujer, que puede ser o una prisionera en una cárcel de Israel, como en el poema de Dareen Tatur, o una «prisionera» en Gaza, como en los de Hind Joudah. Son poetas de la situación, de la circunstancia, poetas fuertemente emplazadas. La ironía, ácida, que en algunos casos llega al sarcasmo, atraviesa buena parte de esta producción, como herramienta de sanación, o de simple supervivencia: Mona Musaddar habla de la huella dactilar que dejan unas uñas pintadas al cavar una tumba, para Asmaa Azaizeh la historia es un perro encadenado a un árbol.El genocidio de Gaza, la limpieza étnica de Cisjordania, el apartheid en Israel, el olvido de los refugiados de los campamentos del Líbano, Siria y Jordania, la diáspora cronificada, marcan el presente palestino. Los motivos para la esperanza son escasos, casi inexistentes, y aun así la poesía palestina no se detiene. Hay espacio para el poema en prosa, en verso libre, con pie métrico: las palestinas, que siempre han rehusado ser buenas víctimas, tampoco se someten a la apisonadora global de lo poéticamente predecible, la conveniencia o la moda. Ni, a pesar de las dudas sobre el sentido de escribir en tiempos de genocidio, al silencio.
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