Serafín Aldeboa Calvo, José
Para recordar a Bernabé Esteban bastaría, simplemente, con poner en palabras lo que se siente, o más bien lo que nos «afecta», cuando leemos sus memorias. De inmediato, sin más, impone su trayectoria: la de un joven campesino anarquista que participa, en plena Guerra Civil española, en un proyecto revolucionario, el de las colectividades, que sufre los campos de concentración del exilio en Argelia, que acaba como refugiado y luego siempre como extranjero, sin por ello abandonar nunca la esperanza ni el compromiso con un ideal social de justicia, libertad y solidaridad. Quienes conocieron a Bernabé saben también cómo, con el paso del tiempo, sus recuerdos toman una única y urgente función: la de hacer de su testimonio un trabajo de memoria compartida. Es imposible separar la voz de Bernabé de la del exiliado, que responde desde el deber y la necesidad de no olvidar, ante todo, a los que quedaron atrás. «Aun siendo muy duro el exilio para los que pudimos salir —recuerdo que decía Bernabé, con el peso de la responsabilidad—, aún fue peor para los que no pudieron».Cuando conocí a Bernabé él ya era un hombre de cierta edad pero se mantenía todavía activo, a pesar de ser consciente de que su memoria se debilitaba y de que empezaba a sentir la fragilidad y la fatiga de su cuerpo. Tenía entonces unos 80 años, pero su edad avanzada no hacía sino motivarlo a seguir trabajando, quizá si cabe con más entusiasmo y prisa. Para él, trabajar significaba permanecer cerca de su máquina de escribir, de sus manuscritos y libros. Podía pasarse los días contestando cartas y escribiendo, reescribiendo y copiando apuntes, artículos, entrevistas y, por supuesto, tantos poemas como pudiera, con la intención de ofrecerlos siempre que surgiera la oportunidad, como un gesto más de amistad.Emeren García Navarrete
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